diumenge, 15 de juny del 2008

A pedradas

Roger necesitaba despejarse un poco, hacía apenas dos días que se encontraba en un estado de enfermedad, sin embargo, el joven cura tenía ganas de continuar, de pasar hoja y volver a recuperar la vitalidad de la cual estaba dotado.
Era ya de noche, impensable hubiera sido pasear por Lleida hace un par de meses, suerte, pero, que ya había llegado el buen tiempo y ya no llovía , el mes de mayo había sido de lo más lluvioso. Con la edad de 19 años, Roger no recordaba otro mayo igual.
Ya había dado la vuelta al pueblo, sin embargo, era demasiado pronto para volver a casa, no tenía sueño, quizás por que durmió dos días enteros y seguidos, y decidió adentrarse en el frondoso bosque lleidatà, que hacía apenas unas horas estaba lleno de habitantes que cortaban y aprovechaban la madera del bosque, para luego venderla y poder pagar al ayuntamiento por el alquiler de las hachas.
La luna resplandecía con fuerza, estaba hermosa y llena, la luz iluminaba el bosque, disipando así la oscuridad casi siempre presente en él. Se podía oír el saltante de agua que había, estaba cerca de Roger, pero el silencio que reinaba en el bosque lo hacía parecer aun más cerca. Las mujeres mayores de Lleida, que habían estado toda la vida en la ciudad, decían que el agua de ese pequeño lago, no solamente saciaba la sed, sino que era agua milagrosa. Por si acaso, Roger se fue acercando con la intención de beber un poco de dicha agua. De repente, oyó una fuerte carcajada, una voz dulce y suave había roto el silencio que, hasta el momento, había en el bosque. Acto seguido, se oyó otra voz, estaba vez más aguda y más floja, que decía,-No grites que nos van a oír-
Roger se paró de golpe, sin hacer ruido alguno, estaba en medio de unos matorrales, intentando identificar y saber exactamente de donde provenían esas voces. Las voces se convirtieron en susurros y onomatopeyas que relataban placer y satisfacción, sonidos propios de una relación sexual, Roger era conocedor de ellos, aun a pesar de ser cura había tenido una mujer y alguna que otra amante, en el matrimonio y luego del matrimonio, suerte que nadie lo sabía, solamente Roger y las mujeres en cuestión.
Así pues, se acercó sin hacer ruido, esas voces cada vez estaban más cerca, y no al cura no le cabía duda alguna, una pareja estaba manteniendo relaciones sexuales en el bosque.
Roger se acercó hasta el punto de ver las caras de ambas personas, se quedó pensativo y no, esos dos, además de estar manteniendo relaciones sexuales en el medio del bosque, no estaban casados.
El cura, sin pensárselo dos veces, cogió unas piedras que había en el suelo, de un tamaño más que considerable, suficiente para que el recibidor de dicho objeto se percate de ello, y quizás, lamente la aparición de un moratón en su cuerpo. Así pues, recordó las enseñanzas de su padre, de cómo tirar con honda, apuntó a el mozo, que estaba debajo de la mujer, y le tiró una piedra en la cabeza, luego, cogió otra y se la tiró a la moza, ésta vez en las nalgas, quizás por la situación en la que se encontraba respceto al hombre. La pareja se quedó quieta, parecían atemorizados, no habían visto a Roger. El cura, apresurándose, volvió a coger otras dos piedras, y volvió a tirarlas hacía la pareja, que ésta vez sí, se dio cuenta de que el cura les estaba apedreando. Rápidamente, y muertos de vergüenza, se pusieron a correr, con las patas, mientras Roger los reñía con unos fuertes gritos y gruñidos, mientras los dos pecadores desaparecían, rumbo a la ciudad, dejando ahí toda su ropa.
¿Se darán cuenta que van desnudos? –pensó Roger mientras recogía la ropa y volvía a su casa, pensaba como dejar en evidencia delante de todo el pueblo a ese par, que merecían ser, más aún, castigados por lo que hicieron.